Adela Navarro Bello
24/07/2012 - 12:00 am
En 18 años y dos movimientos: de la inconformidad al repudio
Al final de la era del PRI que hoy representa Enrique Peña Nieto, un movimiento ciudadano emergió en Chiapas. Faltaban pocos meses para que la presidencia de Carlos Salinas de Gortari concluyera, y la suma de todos los errores, los excesos y los abusos de la clase política en el país se mezclaron para explotar […]
Al final de la era del PRI que hoy representa Enrique Peña Nieto, un movimiento ciudadano emergió en Chiapas. Faltaban pocos meses para que la presidencia de Carlos Salinas de Gortari concluyera, y la suma de todos los errores, los excesos y los abusos de la clase política en el país se mezclaron para explotar en el sureste de México.
En Chiapas, donde la pobreza extrema y la desatención gubernamental eran (acaso siguen siéndolo) una realidad, la población indígena marginada por funcionarios y programas de desarrollo creyó en las palabras y las acciones de un hombre que les ofreció justicia. El camino que les mostró de inicio fue el del alzamiento, el de las armas y la toma de ciudades. Era enero de 1994 y México y el mundo conocieron al “Subcomandante Marcos” del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
La fotografía nacional eran indígenas, mujeres, hombres, armados con fusiles hechizos y enfundados en un pasamontañas para ocultar sus rostros morenos, pidiendo por la fuerza lo que por derecho no les concedieron: acabar con el centralismo, autogobiernos, energía eléctrica, inversión de parte de la ganancia por la comercialización del petróleo chiapaneco en infraestructura, tierra y herramientas para el ejercicio de la agricultura, construcción de hospitales y clínicas, medios de comunicación indígenas, vivienda, servicios públicos, universidad gratuita, salarios justos, precios justos a los productos del campo, proyectos de tortillerías, granjas, mercado de artesanías, escuelas de capacitación, transporte público, eliminación de deudas con intereses, justicia, fin del hambre y la desnutrición, guarderías, derechos humanos, ayuda humanitaria, reconocerles como fuerza beligerante, revisión del tratado de libre comercio, renuncia del titular de la Presidencia de la República y convocar a elecciones libres y democráticas.
No eran, no son, sus exigencias diferentes a las de cualquier comunidad en el abandono social, gubernamental o económico; eran tan válidas entonces como lo son ahora.
En 1994, el alzamiento en Chiapas fue uno de los puntos que acabaron con el PRI que hoy representa Peña Nieto. Los magnicidios fueron otro: el del Cardenal Juan Jesús Posadas y Ocampo, el de Luis Donaldo Colosio, el de José Francisco Ruíz Massieu. Además de los señalamientos de asesinatos de miembros de la izquierda, la severa crisis económica que concluyó en diciembre de aquel año con una tan impresionante como terrible devaluación del peso mexicano.
Aquellos miembros del PRI que llevaron a ese partido a ser el principal protagonista del hartazgo social gustaban del poder por el poder, del uso y abuso de la administración pública para sí, para los suyos y en beneficio de unos pocos. La intolerancia, la desatención, la frivolidad de la familia revolucionaria y la indolencia por los marginados en tiempos de gobierno pero el apapache en épocas electorales, son apenas unas características del PRI que 18 años después regresa al poder. Y debo aclarar: la presidencia encabezada por el doctor Ernesto Zedillo Ponce de León entre 1994 y 2000 no fue significativa de ese PRI. Acaso el estadista Zedillo se deslindó de aquella banda de tricolores y se dedicó con hombres y mujeres como él a administrar el país aquellos seis años. Encarceló al hermano el ex presidente Salinas, develó la identidad del “Subcomandante Marcos” y contuvo la debacle económica; se separó del PRI, no cometió dedazo y muchos de los que hoy regresarán al poder tras el poder, lo acusan de haber traicionado a su partido y entregado México al PAN en la elección que perdió Francisco Labastida y ganó Vicente Fox Quesada. Don Ernesto terminó su presidencia y se fue a ejercer la academia y la consejería empresarial en el extranjero.
En este contexto, el PRI de Enrique Peña Nieto dejó el poder en 1994 y lo retomará si los Tribunales no ordenan otra cosa, en 2012. Y si ese PRI se fue en medio de un alzamiento ciudadano a partir de los indios chiapanecos, regresará a la presidencia en medio de otro alzamiento ciudadano, este originado en la academia y a partir del movimiento #YoSoy132.
Esa es una capacidad que no se les puede regatear a los miembros del Partido Revolucionario Institucional instaurados en la era mesozoica de la política, la de unir a la sociedad en su contra. La de provocar el alzamiento, sea de armas, sea de tomas, sea de ideas, sea de derechos, de la búsqueda de igualdad y de justicia, a partir de un sector de la ciudadanía que cuenta –de entrada– con la simpatía de las mayorías.
Las peticiones de los jóvenes del #YoSoy132 tampoco están fuera de lugar. En un documento que hicieron público en una de sus marchas previa a la elección del 1 de julio, los muchachos exigían: que se resuelva la situación de miseria, desigualdad, pobreza y violencia, empoderar al ciudadano a través de la información, derecho a la información y a la libertad de expresión, democratización de los medios, hacer del acceso a internet un derecho constitucional, mejora de contenidos, garantizar la seguridad de los integrantes del movimiento, una democracia auténtica.
Enrique Peña Nieto no acudió al debate organizado por los jóvenes, y al triunfo de la elección del 1 de julio no se ha reconciliado con estos mexicanos indignados; ellos por su parte creen que ganó a partir de la corrupción y la compra de votos. Como muchos otros mexicanos lo consideran y los políticos de la izquierda intentan probarlo en los tribunales. Hace unos días, la marcha de los jóvenes indignados por el triunfo de Peña, por el regreso de ese PRI, fue una vez más la foto en el ámbito nacional e internacional. Miles de jóvenes acompañados ya por madres, ya por padres, ya por ancianos, ya por niños, tomaron las calles de distintas ciudades de la República Mexicana, enviaron su mensaje: no a la imposición, no al fraude, consignas contra el Instituto Federal Electoral, exigencias al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, respeto a la sociedad informada, a la sociedad en general.
Los jóvenes ahora como Marcos en el 94 cuentan con la simpatía del pueblo. En aquellos los últimos meses del gobierno de Carlos Salinas, aún en la academia en la Universidad Autónoma de Baja California, trabajé en el levantamiento de una encuesta nacional, una de las preguntas –todas de contexto político– era: «¿Le daría usted apoyo al Sub Comandante Marcos?». La respuesta mayoritaria fue sí; otra: «¿Alojaría en su casa al Sub Comandante Marcos o a algún miembro del EZLN?». La respuesta mayoritaria también afirmativa.
Sin embargo, 18 años después ya pocos recuerdan al rebelde. Los indígenas fueron perdiendo simpatía y credibilidad, sus condiciones no fueron mejoradas, su contexto de pobreza se mantiene y la desatención reina en los pueblos del sureste mexicanos. La corta memoria colectiva de los mexicanos, los intereses particulares, los gobiernos y sus obras de relumbrón, y la inseguridad, metieron al ejército zapatista de liberación nacional en el olvido. No más.
Los jóvenes del #YoSoy132 deben hacer algo más para no correr la misma triste suerte de convertirse en un movimiento temporal, de moda y con destino al archivo de los casos efímeros del México contemporáneo. Las instituciones prevalecerán en el sistema en el cual fueron creadas, cada vez más la opinión generalizada es que no pasará nada extraordinario, que la elección se validará y el PRI regresará a Los Pinos. Ese PRI, el mismo PRI que en 1994 hizo brotar la inconformidad estando en el poder, el mismo que hoy aún sin tomar posesión ha desatado el repudio social.
En los mexicanos, en los jóvenes, está que el movimiento de 2012 no tenga el mismo destino que el movimiento de 1994 (guardadas todas las proporciones). Hacer de una reacción una acción para supervisar a los gobiernos, para señalar a los corruptos, para hacer notar lo que sucede, para liberar la información, para desplegar lo que todos deben saber, es un paso que 18 años después, no le vendría mal a México. ¿No?
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